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sábado, 25 de febrero de 2017

UN LIBRO QUE TRATA DE CERCA LA DESPOBLACIÓN EN NUESTRO TERRITORIO: "LOS ÚLTIMOS" DE PACO CERDÀ

El libro recoge la delicada situación de una amplia zona peninsular con un gran vacío demográfico, que amenaza la continuidad de más de 1500 municipios españoles. La Serranía Celtibérica o Laponia Española, de las que comarcas como el Alto Palancia, el Alto Mijares, Los Serranos o Gúdar-Javalambre forman parte

Autor: Paco Cerdà
Edición: Pepitas de calabaza
Caract: Año 2016, 163 p, 14,5 x 21 cms.
ISBN: 978-84-15862-76-5
El periodista Paco Cerdà (Genovés, 1985) ha escrito un libro sobre la despoblación en la Serranía Celtibérica, en cuya demarcación entran, entre otras, las provincias de Castellón y Teruel.

Un periplo invernal por una Nada demográfica da voz a los últimos pobladores de un mundo en extinción, una crónica de los otros, los que se quedaron descolgados de un país urbanizado a gran velocidad que ha olvidado su origen rural.

Son los últimos. Los que guardan la llave de pueblos que apenas tienen un puñado de habitantes. Los que cierran la escuela que ya no volverá a abrir. Los que sobreviven bloqueados por la nieve y entre continuos cortes de luz. Pero también son los últimos en quienes piensan las instituciones, que ven difícil dedicar recursos a ese escaso 1% de la población española, o de las empresas, que ni se plantean instalar allí fábricas o talleres.

Pero algo tienen los habitantes de los pueblos más pequeños y despoblados de la Serranía Celtibérica, ese territorio difuso que rodea el Sistema Ibérico, y que suma tierras de Teruel, Zaragoza, Guadalajara, Soria... Son pocos, pero sus historias atrapan a lectores y espectadores, son protagonistas de libros tan hermosos como ‘La lluvia amarilla’, de Julio Llamazares; de espacios televisivos como ‘Un país en la mochila’, del desaparecido José Antonio Labordeta. Fascinan sus personalidades en ‘Los santos inocentes’, sus historias en los ensayos ‘La España vacía’, de Sergio del Molino; o ‘Donde la vieja Castilla se acaba: Soria’, de Avelino Hernández, de gran éxito.

Son también las voces y los rostros del ensayo periodístico ‘Los últimos’, del valenciano Paco Cerdá y que publica la editorial Pepitas de Calabaza. Un hermoso volumen para recorrer, en clave de reportaje literario esa España desértica. Libro que va ya por la segunda edición, porque a los ciudadanos les atrae, siempre, la lucha contra la soledad, la defensa de la identidad y el paisaje de la dura España interior.

En sus páginas se narran en una serie de catas geográficas y humanas la terrible realidad de esta región de España, donde centenares de pueblos están vacíos o a punto de desaparecer. En ellas cobran protagonismo los últimos robinsones que resisten en poblaciones semivacías sin que nadie se acuerde de ellos y, lo que es peor, sin que a nadie en España le importen su soledad y su marginación. Y si las conoce, hace como si le importaran poco

Un viaje de 2.500 kilómetros por la España despoblada, o Serranía Celtibérica: un territorio montañoso y frío con 1.355 pueblos tiene menos densidad de habitantes que los desiertos helados del norte de Europa. Un territorio que supone un 13% del territorio español, con apenas un 1% de población. El doble de territorio que Bélgica y el triple que Eslovenia, pero con diez veces menos habitantes que lo que se conoce literalmente como desierto demográfico (menos de 8 habitantes por kilómetro  cuadrado).

Y ese espacio es el comprendido por las montañas de Burgos y de La Rioja, las provincias enteras de Soria y Guadalajara, los extremos de las de Zaragoza y Segovia, la zona cero de Teruel, el epicentro de la despoblación ibérica junto con la serranía de Cuenca, las comarcas del interior de Castellón y Valencia al que ya se le conoce como la Laponia española, más que por el frío, por sus bajísimos índices demográficos, desconocidos en el continente.

La Federación Española de Municipios y Provincias publicaba recientemente en su informe ‘Población y despoblación en España 2016’ la crisis demográfica que vive España, con un tercio más de municipios con menos de 100 habitantes, y que las perspectivas son negras porque al envejecimiento se une el éxodo y la falta de expectativas, pues la industria se sitúa en zonas urbanas, y la población se concentra allí, dejando por ello grandes zonas despobladas.

Pero no siempre fue así. Desde el Paleolítico, estas regiones han sido tierras ricas y pobladas, donde abundaban animales para la caza, los pastos y los recursos minerales. En el siglo XVI, por ejemplo, en una fragua de los Montes Universales podían trabajar hasta 200 personas. Las zonas más ricas de la recién nacida España eran precisamente esas comarcas, pobladas de ganado y pastos. «Todo cambió con la industrialización, con el crecimiento de las ciudades, la inversión industrial en zonas como País Vasco o Cataluña. Hay un momento clave que es la creación de la línea que uniría Madrid y Barcelona, y que iba a pasar por Teruel. El proyecto cambió y ya no hubo marcha atrás», destaca en su libro Paco Cerdá.

También Miguel Ángel Fortea, quien fuera coordinador de Teruel Existe, lo ha explicado muy claramente: «Desde el momento en que se dejó a Teruel aislada de las comunicaciones ferroviarias todo el ganado de la Meseta entró en tren hacia otros sitios y hundió la economía ganadera turolense. Luego, cuando se crearon los polos de desarrollo industrial durante el régimen de Franco, la gente se marchó a aquellas ciudades boyantes del País Vasco, Cataluña y Madrid. Ya había pasado antes con el hierro que transportaba el tren de minero de Ojos Negros a Sagunto y que desmanteló nuestras herrerías. Ahora la arcilla turolense crea puestos de trabajo en Castellón, pero no aquí».

Pero no fue solo la industria, pues también fue clave el cambio de mentalidad española: «Gracias al turismo y la televisión los turolenses conocieron que había otra forma de vida. Y la anhelaron. El mundo rural se identificaba con el cateto y se creyó que en el mundo urbano estaba el futuro». Y así, lo que era una zona rica en recursos y almas se ha convertido ahora en el territorio de los olvidados.

Es un proceso que los responsables del proyecto Serranía Celtibérica definen como ‘demotanasia’, suma de las palabras griegas ‘demos’ (población) y ‘thanasía’ (muerte), para definir el proceso de acciones y omisiones políticas que han conducido a la desaparición lenta y silenciosa de la población de un territorio.

Según el catedrático Francisco Burillo, promotor de la Serranía Celtibérica, que pretende convertir esas comarcas en una eurorregión que pueda captar fondos europeos indénticos a los de Laponia, «el abandono es total. Sirva como ejemplo: en el año 2004 la ministra de Fomento Magdalena Álvarez presentó un plan de infraestructuras hasta 2020 que sumaba la cantidad de 241.392 millones de euros. A la Serranía Celtibérica le hubiera correspondido por su extensión la cantidad de 31.486 millones de euros. Sin embargo la inversión ha sido cero, a pesar de que se han prometido en algún momento numerosas infraestructuras como la via de tren entre Valencia–Teruel –Zaragoza, que se había anunciado convertirlo en tren de alta velocidad, y hubiera acercado puesto Zaragoza a 50 minutos de de Teruel, con una inversión de 3.000 millones de euros. Y las mercancias de Valencia a Zaragoza van vía Tarragona lo que supone un recorrido añadido de 200 km».

Continuamente los políticos españoles hablan de la necesidad de fijar población en el mundo rural, pero lo hacen sin saber muy bien la dimensión real del problema y, sobre todo, sin estar convencidos de aquélla; de lo contrario, ya habrían pasado a la acción. Si no lo hacen es porque verdaderamente les importa poco lo que les pase a todas esas personas que sobreviven aisladas del mundo moderno en lugares de difícil acceso o en remotas comarcas del interior del país, sin servicios ni comunicaciones dignos. De hecho, para algunos esto no deja de ser una anécdota, incluso un motivo de satisfacción. El que eso suceda demuestra que España es ya urbana, europea, moderna, superdesarrollada e hipercosmopolita.

Paco Cerdà
Paco Cerdá se centra también en su libro en otro drama: el del cierre de las escuelas, una especie de efecto mariposa que desencadena una inevitable crisis demográfica, «porque el pueblo que pierde la escuela está abocado a una desaparición casi total de forma acelerada», resume Héctor Martín, maestro rural que ha pasado ya por el triste trago de cerrar tres escuelas, quien afirma que «siendo realistas, la escuela rural tiende a desaparecer», porque hay pueblos donde los niños no son suficientes ni para jugar un partido de baloncesto, por ejemplo. O en los que solo hay una niña, que no puede hacer confidencias con otra pequeña de su edad.

Sin duda, un libro interesante que nos acerca a una realidad demasiado cercana para no conocerla.
Fuentes: El País - Heraldo de Aragón

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